8.27.2007

Temas de Educación.

SARALEGUI, Raquel (2006). "Educación a distancia". Buenos Aires, LA NACION, Empleos, Tendencia. 17 de diciembre.
"El e-learning se afianza en las empresas a la hora de brindar capacitación. La herramienta del futuro ya está entre nosotros. Sin necesidad de moverse del escritorio, hoy muchos trabajadores pueden seguir un curso de actualización; consultar dudas a un tutor, y acceder a la información necesaria en el momento preciso gracias al e-learning. Una modalidad de capacitación a distancia, a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que se instala cada vez más en el mundo corporativo y que en nuestro país vuelve a cobrar dinamismo, según se advierte en el entusiasmo de las firmas consultadas que brindan este servicio". Ver artículo en:

EIZAYAGA, Amalia (2006): "Desconexión: entre la escuela y los alumnos", Buenos Aires, La Nación, Enfoques, 26 de febrero.
En la Argentina, coinciden los expertos, el sistema educativo no se adaptó a las nuevas realidades de una generación que creció en el vértigo de Internet y el zapping. Qué proponen los especialistas. Las ciberculturas. El hipertexto. La música tecno, el rock y la cumbia. Internet. Las pantallas. El piercing y los tatuajes. La atención múltiple. El zapping. El alcohol, la droga y el sexo, más accesibles. Todo es vértigo. Hay que vivir el presente. Los jóvenes -al menos, gran parte de ellos- ya no son lo que eran. Transcurren sus vidas en un mundo que los adultos con frecuencia no comprenden. Y si muchos padres están hoy desconcertados, la escuela media más aún, ya que se enfrenta día a día con un escenario para el que no está preparada: el surgimiento de formas juveniles cada vez más variadas y complejas, inmersas en un mundo tecnológico que les resulta "natural". Vale, entonces, la pregunta: ¿cómo hace la escuela para superar el creciente divorcio que, según muchos especialistas, existe entre la cultura escolar y las culturas juveniles? ¿En qué medida esta distancia es la causa de que -según consta en las cifras oficiales- casi cuatro de cada diez chicos no terminen el Polimodal? Ver artículo en:


INFORME MUNDIAL DE LA UNESCO (2005): Hacia las sociedades del conocimiento. Ediciones UNESCO. ISBN 92-3-304000-3. Pp. 197 a 202.
"(...) La renovación de los ámbitos públicos democráticos en las sociedades del conocimiento.
Los beneficios del aprovechamiento compartido del conocimiento para la sociedad no se limitan a la creación de nuevos conocimientos, la promoción del conocimiento de dominio público o la reducción de la brecha cognitiva. El aprovechamiento compartido del conocimiento supone mucho más que un acceso universal al saber del que se beneficiarían los creadores y los consumidores de conocimientos. Además de ser una fuente de autonomía y espíritu de iniciativa, es un vector de valores de apertura, confianza, curiosidad, intercambio y colaboración que exige una participación activa de todos en la sociedad. En estas condiciones, las sociedades del conocimiento sólo llegarán a ser sociedades del saber al alcance de todos si se renueva la participación de todos los ciudadanos en la vida de la sociedad. Vamos a pasar ahora de la problemática del aprovechamiento compartido del conocimiento como bien común (res comunes) a la cuestión de la participación colectiva en una causa común (res publicae). ¿La expansión de las sociedades del conocimiento tiene consecuencias importantes en la vida pública, la gobernanza o los modos de sociabilidad? ¿Puede fomentar una renovación de las prácticas democráticas dentro de sociedades lo más abiertas y transparentes posibles, en las que el respeto de las libertades pueda ser fuente de desarrollo humano para los individuos y el conjunto de la colectividad? ¿No son acaso ilustraciones del vínculo profundo que une a las sociedades del conocimiento con la democracia el papel fundamental desempeñado por el conocimiento en la vida democrática y la capacidad que tiene una ciudadanía formada y educada de ejercer plenamente sus responsabilidades en el ámbito público y su derecho de libre examen de las decisiones adoptadas por los poderes públicos?
Conocimiento y poder en las democracias técnicas.
El conocimiento no sólo se ha convertido en una de las claves del desarrollo económico, sino que además contribuye al desarrollo humano y la autonomía (empowerment) de los individuos. En este sentido, el conocimiento es fuente de poder porque crea un potencial y una capacidad de acción. El lento surgimiento de las sociedades del conocimiento ha conducido a un ensanchamiento sin precedentes de la capacidad de acción de los individuos en las sociedades modernas, que se ejerce en primer lugar en el marco de instituciones democráticas abiertas a la participación de todos. Desde los inicios de la democracia ateniense, la capacidad es un elemento constitutivo de la ciudadanía. La participación en las elecciones a lo largo de la Historia –ya sea en un contexto censitario, o más o menos democrático– siempre tuvo como condición previa una determinada capacidad, cuya definición ha cambiado considerablemente con el tiempo y las circunstancias.23 El sufragio universal sólo se ha convertido en una realidad democrática efectiva con la generalización de la educación para todos y la definición de una mayoría de edad en la que los hombres y mujeres adquieren el derecho de voto y la plena posesión de sus derechos ciudadanos, en un contexto en el que los medios informativos son libres e independientes. El conocimiento es, por consiguiente, una condición necesaria de la orientación de las opciones políticas con vistas al bien común o el interés general. Si el conocimiento es la condición de la capacidad de los ciudadanos en una sociedad democrática, hay que prestar atención a que las disparidades de conocimientos entre los ciudadanos de una misma democracia no conduzcan a otorgar a los que más conocimientos poseen una autoridad excesiva en el debate público. También hay que velar por que la coincidencia de las sociedades del conocimiento y de un régimen democrático no desemboque en un poder tutelar conferido a un círculo reducido de expertos y especialistas en asuntos públicos. En efecto, la autoridad de un experto dista mucho de ser siempre legítima, sobre todo cuando se aventura fuera de su ámbito de especialización y pretende ejercer un magisterio moral sobre cuestiones públicas que muy a menudo guardan relación con las preferencias colectivas y exigen un acuerdo común. La sospecha de que las decisiones reales se adoptan fuera del espacio público, en función de las posiciones de grupos de interés poderosos, y de que el debate democrático sólo es una práctica puramente formal puede constituir para el público una excusa fácil de su falta de interés por la política. Ahora bien, cabe preguntarse si en las sociedades del conocimiento la generalización de las competencias técnicas no constituye el mejor medio para precaverse contra los abusos de poder de los expertos y la fuerza de los grupos de presión. En efecto, cuando todo individuo es más o menos capaz de evaluar la autoridad de los conocimientos técnicos de los expertos, éstos se hallan en situación de tener que rendir cuentas al público de las repercusiones de sus recomendaciones en las decisiones colectivas. El desarrollo de las sociedades del conocimiento podría abrir camino a distintos estilos de democracia más participativa, en los que las modalidades de interacción entre los distintos protagonistas tendrían una influencia determinante, sin poner en tela de juicio las modalidades de designación de los legisladores y dirigentes, cuya legitimidad representativa sigue siendo el pilar de las instituciones democráticas. De hecho, la democracia técnica se caracteriza hoy en día por la heterogeneidad de los protagonistas presentes en las discusiones sobre cuestiones de carácter técnico o científico en foros híbridos. Hoy en día –y más aún mañana con el auge de las sociedades del conocimiento– los debates de política científica (bioética, OGM, nanotecnologías, etc.) son inimaginables sin la presencia de una pluralidad de participantes de todo tipo: expertos, políticos, organizaciones no gubernamentales, medios informativos, empresas y ciudadanos. Esta situación estimula además los progresos del aprendizaje, ya que el público se ve obligado a informarse para poder emitir un juicio a la luz del dictamen de los expertos, pero pasándolo por el tamiz del libre examen cívico. Las sociedades del conocimiento crean, por consiguiente, la posibilidad de un peritaje democrático en el marco de lo que el pensamiento político ha denominado democracia deliberativa. En efecto, el aprovechamiento compartido del conocimiento se basa en una perspectiva común de la que pueden emanar la discusión democrática, el apaciguamiento de las discrepancias y la posibilidad de un consenso. El aprovechamiento compartido del conocimiento no sólo permite, por consiguiente, la promoción del conocimiento o de la información de dominio público, sino que abre un verdadero ámbito público, esto es, un espacio para el encuentro y el debate democrático, en el que la deliberación sobre los medios siempre se convierte en una deliberación sobre los fines y, en última instancia, sobre los valores. Así, paradójicamente, la cuestión del sentido y la perspectiva misma de la utopía seguirán conservando el puesto que les corresponde en las sociedades del conocimiento. La evaluación de los efectos de poder que confiere la posesión de un conocimiento no debe, sin embargo, ignorar los efectos de poder existentes dentro del propio conocimiento o de la comunidad que comparte el conocimiento. El conocimiento en sí es un ámbito de ejercicio del poder porque está arraigado en lo más profundo de las estructuras sociales como lo ilustra, por ejemplo, el doble significado del “colaboratorio”, a la vez metodología de producción del conocimiento y modelo de relaciones sociales basadas en actos como colaborar, compartir y cooperar. A este respecto, cabe señalar que algunos observadores han puesto de relieve el hecho de que la propia ciencia es un ámbito de relaciones de poder entre miembros de una misma comunidad que comparte el conocimiento.
Las promesas de la “e-democracia” y de la “e-administración” en las sociedades del conocimiento.
Las nuevas posibilidades tecnológicas que acompañan la aparición de sociedades del conocimiento, y son además una manifestación del desarrollo de una sociedad mundial de la información, pueden contribuir también a dotar a la participación democrática con nuevos instrumentos muy prometedores. El sueño de una participación política sin limitaciones y con costos de transacción poco onerosos, así como los intentos de racionalización de la actividad política, se plasmaron muy pronto en la promesa de una democracia, primero tecnológica y luego electrónica, independientemente de cuáles fuesen sus representaciones. Con el advenimiento de los primeros ordenadores nació la ilusión cibernética de una dirección racional de las sociedades, que se concretó también en los esfuerzos de planificación, especialmente en los países con un sólido legado estatista. Hoy en día, algunos expertos consideran que Internet y la creación de redes son los instrumentos que auguran un nuevo modo de relaciones más democráticas, aunque las enseñanzas de la historia deberían incitar a no caer en un “ciberoptimismo” desmesurado. En efecto, no hay que olvidar que cada revolución de la comunicación ha engendrado sus propias ilusiones líricas y sus utopías de democracia integral y sin conflictos, desmentidas rápidamente por la realidad. Las nuevas posibilidades de administración electrónica (“e-administración”) podrían contribuir, no obstante, a la consolidación de formas de gobernanza democrática, especialmente en los países en desarrollo (véase recuadro 10.10).
¿Hacia una renovación de las prácticas democráticas en las sociedades del conocimiento?
Hay que preguntarse si en los países “conectados” el desarrollo de las nuevas tecnologías en el ámbito de la participación democrática ha modificado verdaderamente los comportamientos y prácticas cívicas. Para responder a esta pregunta, es importante posicionarse con respecto a tres tipos de juicios contradictorios sobre la democracia electrónica: el “ciberpesimismo”, el “ciberescepticismo” y el “ciberoptimismo”. Este último es objeto hoy de muchas críticas, ya que algunos observadores estiman que la Red, si bien puede promover un ámbito civilizado de discusión y argumentación que sea fuente de tolerancia y espíritu de apertura, fomenta sobre todo una agrupación común de idiosincrasias que propicia la radicalización de las opiniones de cada individuo. Es evidente que en algunos países las nuevas tecnologías han modificado singularmente la índole de la “oferta política”, suscitando nuevas expectativas entre los electores. Algunos estudios han comprobado un impacto positivo de las nuevas tecnologías en la participación democrática, especialmente en la que se orienta hacia la defensa de causas importantes o se centra en el compromiso cívico. Como ilustra la figura 10.1, en las sociedades del conocimiento, el aprovechamiento de las nuevas tecnologías para informarse y forjarse una opinión sobre las cuestiones importantes de interés nacional o mundial, desemboca en una valorización del militantismo asociativo, y no en la reanimación efectiva de las formas clásicas de participación democrática como el voto o la militancia en partidos políticos tradicionales.24 Frente a la antigua solidaridad de tipo contractual, el auge de esta nueva forma de solidaridad basada en el vínculo asociativo es una prueba fehaciente de que el conocimiento, al igual que los valores, puede ser un principio de asociación. Ante el “boom” mundial del fenómeno asociativo, cabe recordar que la asociación es la base misma de la democracia. Es posible que en las sociedades del conocimiento la autonomía de los individuos y el aprovechamiento compartido del conocimiento desemboquen en un nuevo impulso de la democracia asociativa y, concomitantemente, en la aparición de un individualismo relacional caracterizado por una negociación continua con el prójimo, que no guarda relación ni con el individualismo liberal ni con la tentación del comunitarismo. Ese individualismo se sitúa en la vía estrecha que hemos trazado entre los escollos del falso universalismo y del relativismo. La toma de conciencia de la existencia de riesgos mundiales, como el calentamiento del planeta o la erosión de la diversidad cultural, y el progreso de la idea de desarrollo sostenible25 permiten definir la aparición de un civismo planetario cuyas capacidades de movilización se multiplican gracias a las nuevas tecnologías y las posibilidades de organización transnacional que éstas posibilitan.26 Así, las sociedades del conocimiento podrían conseguir algo que la sociedad de la información no ha logrado en parte: la promoción de un auténtico aprovechamiento compartido del sentido, de un diálogo entre las culturas y de nuevas formas de cooperación democrática. Si en algunas sociedades contemporáneas, sumergidas en la indiferencia y la pérdida de interés por el bien común o la acción colectiva, la crisis de la participación política se puede imputar a la falta de proyectos, la aparición de las sociedades del conocimiento podría crear una nueva relación con el tiempo
basada en la idea de una ética del futuro. Al tener en cuenta el largo plazo y construirse a sí mismo con paciencia a lo largo del tiempo, el conocimiento, por definición, no está anclado en el corto plazo. Mirando hacia el pasado más antiguo y hacia el futuro más distante, y manteniendo una doble relación con la historia y la prospectiva, la labor del conocimiento exige un horizonte a largo plazo que nos permita una distancia crítica con respecto a la oleada de informaciones que nos sumerge. Esto no quiere decir que el conocimiento deba incitarnos al retiro en torres de marfil. Al contrario, en las sociedades del conocimiento el hecho de tener en cuenta el largo plazo nos inducirá a plantearnos más interrogantes sobre nuestras opciones y decisiones presentes, en función de sus posibles consecuencias. La democracia en las sociedades del conocimiento tendrá que ser, por consiguiente, una democracia prospectiva. Esta democracia tendrá que ser más participativa, más abierta a la palabra de todos y a la multiplicación de los ámbitos de intercambio y los foros locales. Si esta evolución se confirmase, podríamos esperar legítimamente que las sociedades del conocimiento fuesen en su día el lugar de renovación de las formas de la solidaridad. Estas sociedades no podrán atenerse ya a la definición de un contrato social continuamente renovado en el presente, que tiene tan poco en cuenta a las generaciones venideras. Lo que lo sustituirá será quizás la forma que adquiere un contrato cuando se orienta en el tiempo: la realización común de un proyecto".
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